
No puedo. Soy incapaz, después de lo de anoche,
incapaz de contar mejor
mi historia, lo vivido, que como lo hizo Juan Ignacio Cornejo, de
Rockaxis. Es que me representan, identifican y electrizan demasiado sus asertivas palabras. Esto sucedió anoche.
¡Yo lo viví!Lunático, talentoso y emocionante14 de marzo de 2007, Santiago de ChileEl del miércoles 14 de marzo del 2007 sería uno de los shows, en teoría, más predecibles que se podría esperar. La mitad del set sería un álbum tocado de forma íntegra, y el resto de los temas ya los sabíamos hace rato, o al menos se podían adivinar. Pero hubo algo más. Algo que trascendió la música misma, algo que le dio un prisma sobre-humano al asunto. No sé cómo explicarlo. Pero, personalmente, me sentí sobrepasado por la situación. Conmovido. Diminuto.
El nivel de conexión que se logró anoche fue mucho más que el clásico “artista-fans”. Muchísimo más. “The Dark Side of the Moon” es un álbum que ha llegado a su gente de forma mucho más potente que casi cualquier otro disco. Por eso era necesario estar en el Nacional viendo a su principal creador mostrándonos su obra maestra, acompañado de otro buen set de temas casi tan potentes, y con una mega producción en escena que obliga al espectador a sentirse involucrado con los hechos.
Un inglés hasta los huesos. No podía comenzar su presentación si no era a las 9:00 de la noche, ni un segundo más, ni un segundo menos. ‘In the Flesh’, la elegida. La indicada. Ese riff grandilocuente te introducía a lo que poco a poco estaba por venir. ‘Mother’, otro clásico de “The Wall”, fue seguido por la increíble ‘Set the Controls for the Heart of the Sun’, maravillosamente interpretada.
Un tema con 40 años, cada día más fresco.
La certeza de estar presenciando algo trascendente vino con ‘Shine on You Crazy Diamond’. La música podía hacer el trabajo por sí sola. Pero la interpretación estuvo indescriptible.
El sonido cuadrofónico fue abrumador, los coros se te metían a la sangre, la fuerza que conlleva el tema pareció multiplicarse. La polenta rockera floydiana me pasó por encima con ‘Have a Cigar’, y un coro inoxidable. Agotador, no agotado. Claro, agotador, porque con un comienzo así, cuesta resistir el ritmo, y mantenerse tan arriba durante tanto rato. Ni siquiera debe ser médicamente recomendado.
Si el canoso compositor hubiese sido un asesino, cuando se lanzó con ‘Wish You Were Here’, pudo haber perpetrado una matanza.
Más de 50 mil personas rendidas, absolutamente a sus pies, perdiendo los sentidos. Liberando cuerpo de mente, mar de tierra, la luna del cielo. Poco cuesta imaginar o entender a qué me refiero si alguna vez han escuchado ese maravilloso himno. La gente no bajaba de las alturas, cuando comenzaron a sucederse ‘Southampton Dock’, ‘The Fletcher Memorial Home’ y ‘Perfect Sense’ (partes 1 y 2). Y era notorio un detalle: las canciones salían en bloques, como un mini resumen de cada disco. Dos de “The Wall”, una suelta, tres de “Wish You Were Here”, dos de “The Final Cut”, una del “Amused to Death”. Y, no se cómo, pero se le dio un hilo narrativo, escénico, que hacían confundirnos si el disco entero que escuchábamos era ese o el “Dark Side” que pronto llegaría. Habíamos visto escenas de guerra y rostros de dictadores.
Luego, fuimos introducidos a la historia de ‘Leaving Beirut’, el tema nuevo que ataca brutalmente esta guerra con Irak, con las letras proyectadas en la pantalla central, que nos permitieron ponerse en el lugar, convencerse y despertarse ante tal crimen. Tremendamente emocionante el momento.
El cierre de la primera parte vino con ‘Sheep’, con cerdo volador incluido, con frases “made in Chile”, donde atacaban a este falso socialismo que nos gobierna, invocando el recuerdo de Víctor Jara, y (como diría Pedro), me pongo de pie, para rememorar la que decía “Está nevando en la Luna, pero la Nasa no lo sabe”. Brillante. Surrealista. Como ver a un chancho volador. Como la inmensa interpretación de todos los músicos en escena, que hicieron de ‘Sheep’ el momento más épico de la jornada. Punto aparte. Break, y “Dark Side” en camino.
No sé qué tiene ese disco. Qué inmenso. Un trabajo visual increíble, en que cada canción representaba un color distinto. Una banda que toma los temas como propios. Y el tipo del bajo y la voz, emocionado y emotivo. Comprometido y comprometedor.
Era cosa de mirarlo a la cara, siempre con el cuerpo hacia delante, cantándole “a la gente”. ‘Breathe’, una dulce caricia celestial. El recorrido intergaláctico de ‘On the Run’, que desde las pantallas asombraba, desemboca en ‘Time’, indescriptible. No sé qué decir de ‘Time’. No hay análisis que quepa. Con ‘Breathe (Reprise)’ se tiende el puente a la magia que atraviesa nuestras cabezas en ‘The Great Gig in the Sky’, fabulosamente interpretada. El cielo se abre, y ese rayo cósmico que abre la tierra.
Una descarga difícil de medir, o de ejemplificar. El sonido no se detiene, ‘Money’ se desencadena y un grato momento se vivió. Ese blues tan “blanco”, tan juguetón, que contó con notables trabajos en guitarra de Dave Kilminster. Tan rico en colores. Tan poco pretencioso. Y eso es raro en cualquier tema del catálogo de Floyd. ‘Us and Them’ me llegó a los huesos. Como había dicho, el sonido estuvo incomparable. Y en ‘Us and Them’, fue muy potente. Demasiado. Se me erizaron los pelos. Es innegable que nuestro carácter central estuvo bastante apoyado en las voces. En algunas partes, usó pistas grabadas. Pero da lo mismo, porque lo que llegaba a los espíritus era bastante claro. Pasión. Como toda la obra que presenciamos, cada nota y cada frase salieron del lado más cerebral de la emoción.
Lo que más esperaba personalmente había llegado. ‘Brain Damage’, la canción que transmite la frase “see you on the dark side of the moon” al mundo, estaba iniciándose. El lunático estaba en el césped, en nuestras cabezas, en el cielo, en el escenario, en todos lados. La carátula de “Dark Side” se recreaba en el cielo, al mismo tiempo que la sobrenaturalidad del tema hacía ver la escena como algo totalmente natural. Algo sobrecogedor, algo divino. No sé. Es conceptual, es todo. Porque pasa del lunático que todos tenemos en la cabeza, a la desesperación, a lo épico. Y se aparece Syd Barrett. Que viene a recuperar a la banda en que él estuvo, y que comenzó a tocar “different tunes”. Todo este episodio más grande que la vida misma ante nuestros ojos. Ojos llenos de lágrimas. Que agradecían con ‘Eclipse’ lo que estaban viendo.
Ese tema que suena tan puro, que es un cierre tan redondo. Que es como ver pasar toda tu vida delante de tus ojos. Mientras ahí estaba él, su creador, con una sonrisa de oreja a oreja. El orgullo de ver cuánto puede repercutir su obra. Mucho más que un recital, lo que se vivió con “Dark Side of the Moon” fue una experiencia. Así, exagerado y todo, da lo mismo. El que no se la crea, es porque no fue.
‘Another Brick in the Wall’, acompañado de unos niños de San Joaquín, que hicieron presencia, porque las voces eran las originales, inició la última parte del show, centrada en “The Wall”. A esa altura, había poco que pudiera llevarnos más alto. ‘Vera’, y ‘Bring the Boys Back Home’, pasaron en centésimas de segundo. ‘Comfortably Numb’ volvió a congelar el tiempo. Y otra vez, un legendario vocalista inspirado,
un reemplazante de Gilmour que sí da la talla, los coros y teclados que generaron un manto grueso y armónico sobre el cual se desarrolló esta joya. Y para los escépticos, el solo de guitarra también estuvo lleno de sangre, como en su versión original. Desgarrador. Sobre todo porque fue lo último que se escuchó sobre el escenario del Nacional. Pero no se podía pedir más. Nadie quedó disconforme. El ídolo, el genio, se había lucido, con su bajo, con su guitarra, cantando micrófono en mano, hablando (poco)… representando lo mejor de su obra mejor de lo que cualquiera puede hacerlo. Nadie conoce su mente mejor que él mismo. Lógico.
Qué queda por agregar, no lo sé. ¿Por qué fue tan potente? ¿De qué manera nos pudo haber llegado tan profundo?
Impresionante lo que puede lograr la música. Cincuenta mil personas que sabían a lo que fueron. No podía ser solo un desfile de canciones. Tenía que ser una experiencia mucho más completa. Y lo fue. Fue notable. Sigo en estado de shock. Creo apropiado invitarlos a compartir lo que les significó la noche del 14, porque va a quedar marcada con letras doradas en nuestros calendarios. Porque hay que compartir el gozo de haber estado ahí. Seguramente cuando mañana lea estas líneas tan grandilocuentes, con la mente más fría, me van a dar risa, no sé. Pero qué importa. A todos nos gusta jugar a estar locos o creerse genio por un rato. Todos queremos ser Roger Waters.
Me queda agregar una sola cosa... y esto lo hago yo, Chuqui. Una amiga lo dijo tan bien: jamás pensé que estaría tan orgulloso de ser amante de la música y
la obra de ese místico joven que alguna vez azotó ese gong...

Perdónenme por la duración y longitud de este post. Pero de verdad era necesario contarlo. Shine on!!